Lunes 29 de diciembre de
2008 | Publicado en edición impresa
Polémica definición de
un pedagogo
"Internet lo hace
mejor", dice Francesco Tonucci
"La misión de la
escuela ya no es enseñar cosas. Eso lo hace mejor la TV o Internet." La
definición, llamada a suscitar una fuerte polémica, es del reconocido pedagogo
italiano Francesco Tonucci. Pero si la escuela ya no tiene que enseñar, ¿cuál
es su misión? "Debe ser el lugar donde los chicos aprendan a manejar y
usar bien las nuevas tecnologías, donde se transmita un método de trabajo e investigación
científica, se fomente el conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y
trabajar en equipo", responde.
Para Tonucci, de 68
años, nacido en Fano y radicado en Roma, el colegio no debe asumir un papel
absorbente en la vida de los chicos. Por eso discrepa de los que defienden el
doble turno escolar.
"Necesitamos de los
niños para salvar nuestros colegios", explica Tonucci, licenciado en
Pedagogía en Milán, investigador, dibujante y autor de Con ojos de niño, La
ciudad
de los niños y Cuando
los niños dicen ¡Basta!, entre otros libros que han dejado huella en docentes y
padres. Tonucci llegó a la Argentina por 15a. vez, invitado por el gobernador
de Santa Fe, Hermes Binner, a quien definió como "un lujo de
gobernante".
Dialogó con LA NACION
sobre lo que realmente importa a la hora de formar a los más chicos y dejó
varias lecciones, que muchos maestros podrían anotar para poner en marcha a
partir del próximo ciclo escolar.
Propuso, en primer
lugar, que los maestros aprendan a escuchar lo que dicen los niños; que se
basen en el conocimiento que ellos traen de sus experiencias infantiles para
empezar a dar clase. "No hay que considerar a los adultos como
propietarios de la verdad que anuncian desde una tarima", explicó.
Recomendó que "las
escuelas sean bellas, con jardines, huertas donde los chicos puedan jugar y
pasear tranquilos; y no con patios enormes y juegos uniformes que no sugieren
nada más que descarga explosiva para niños sobreexigidos".
Y que los maestros no
llenen de contenidos a sus estudiantes, sino que escuchen lo que ellos ya
saben, y que propongan métodos interesantes para discutir el conocimiento que
ellos traen de sus casas, de Internet, de los documentales televisivos.
"¡Que se acaben los deberes! Que la escuela sepa que no tiene el derecho
de ocupar toda la vida de los niños. Que se les dé el tiempo para jugar. Y
mucho", es parte de su decálogo.
De hablar pausado y de
pensamiento agudo, Tonucci transmite la imagen de un padre, un abuelo, un
educador que aprendió a ver la vida desde la perspectiva de los niños. Y
recorre el mundo pidiendo a gritos a políticos y dirigentes que respeten la voz
de los más pequeños.
-¿Cómo concibe usted una
buena escuela?
-La escuela debe hacerse
cargo de las bases culturales de los chicos. Antes de ponerse a enseñar
contenidos, debería pensarse a sí misma como un lugar que ofrezca una propuesta
rica: un espacio placentero donde se escuche música en los recreos, que esté
inundado de arte; donde se les lean a los chicos durante quince minutos libros
cultos para que tomen contacto con la emoción de la lectura. Los niños no son
sacos vacíos que hay que "llenar" porque no saben nada. Los maestros
deben valorar el conocimiento, la historia familiar que cada pequeño de seis
años trae consigo.
-¿Cómo se deberían
transmitir los conocimientos?
-En realidad, los
conocimientos ya están en medio de nosotros: en los documentales, en Internet,
en los libros. El colegio debe enseñar utilizando un método científico. No creo
en la postura dogmática de la maestra que tiene el saber y que lo transmite
desde una tarima o un pizarrón mientras los alumnos (los que no saben nada),
anotan y escuchan mudos y aburridos. El niño aprende a callarse y se calla toda
la vida. Pierde curiosidad y actitud crítica.
-¿Qué recomienda?
-Me imagino aulas sin
pupitres, con mesas alrededor de las cuales se sientan todos: alumnos y
docentes. Y donde todos juntos apoyan, en el centro, sus conocimientos, que son
contradictorios, se hacen preguntas y avanzan en la búsqueda de la verdad. Que
no es única ni inamovible.
-¿Cuál es rol del
maestro?
-El de un facilitador,
un adulto que escuche y proponga métodos y experiencias interesantes de
aprendizaje. Generalmente los pequeños no están acostumbrados a compartir sus
opiniones, a decir lo que no les gusta. Los docentes deberían tener una actitud
de curiosidad frente a lo que los alumnos saben y quieren. Les pediría a los
maestros que invitaran a los niños a llevar su mundo dentro del colegio, que
les permitieran traer sus canicas, sus animalitos, todo lo que hace a su vida
infantil. Y que juntos salieran a explorar el afuera.
-Varias veces usted ha
dicho que la escuela no se relaciona con la vida. ¿Por qué?
-Porque propone
conocimientos inútiles que nada tienen que ver con el mundo que rodea al niño.
Y con razón éstos se aburren. Hoy no es necesario estudiar historia de los
antepasados, sino la actual. Hay que pedirles a los alumnos que se conecten con
su microhistoria familiar, la historia de su barrio. Que traigan el periódico
al aula y se estudie sobre la base de cuestiones que tienen que ver con el aquí
y ahora. Esto los ayudará a interesarse luego por culturas más lejanas y entrar
en contacto con ellas.
-¿Cómo se puede motivar
a los alumnos frente a los atractivos avances de la tecnología: el chat, el
teléfono celular, los juegos de la computadora, el iPod, la play station?
-El colegio no debe
competir con instrumentos mucho más ricos y capaces. No debe pensar que su
papel es enseñar cosas. Esto lo hace mejor la TV o Internet. La escuela debe
ser el lugar donde se aprenda a manejar y utilizar bien esta tecnología, donde
se trasmita un método de trabajo e investigación científica, se fomente el
conocimiento crítico y se aprenda a cooperar y trabajar en equipo.
-¿Es positiva la doble
escolaridad?
- En Italia llamamos a
este fenómeno "escuelas de tiempo pleno". La pregunta que me surge
es: ¿pleno de qué? Esta es la cuestión. La escuela está asumiendo un papel
demasiado absorbente en la vida de los niños. No debe invadir todo su tiempo.
La tarea escolar, por ejemplo, no tiene ningún valor pedagógico. No sirve ni
para profundizar ni para recuperar conocimientos. Hay que darles tiempo a los
niños. La Convención de los Derechos del Niño les reconoce a ellos dos
derechos: a instruirse y a jugar. Deberíamos defender el derecho al juego hasta
considerarlo un deber.
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