La odisea del espaciopor
Ángel Díaz
COSMOS | La odisea del
espacio
Raquel Welch en la película 'Hace un millón de años', de 1966. | E.M. |
Ángel Díaz | Madrid
Actualizado sábado
08/06/2013 01:06 horas
El gran novelista y
divulgador científico Isaac Asimov decía que "la Luna y sus fases dieron
al hombre su primer calendario". La afirmación es totalmente cierta,
aunque quizás hoy el maestro hubiese podido especificar un poco más: fueron en
realidad las mujeres, según apuntan todos los indicios, las primeras 'sapiens'
interesadas en ayudarse de los astros para medir matemáticamente el tiempo e
intentar así ordenar -dominar- la vida.
De todos los orbes que
giran en el firmamento, no es de extrañar que la Luna fuese la elegida por
nuestros ancestros para inspirar sus primeros calendarios: el satélite
terrestre es muy fácil de observar a simple vista, cambia de aspecto todos los
días y sus ciclos permiten prever –aunque no con total exactitud- la llegada de
una nueva estación, algo que los humanos de la Prehistoria debían tener muy en
cuenta si no querían poner en riesgo sus vidas.
Aún hoy, cuando no
dependemos del movimiento de los astros para dividir el tiempo, la medida del
mes -es decir, de una luna- sigue siendo muy útil: la usamos para cobrar
nóminas, pagar facturas e hipotecas, planear cuánto nos va a llevar concluir un
trabajo o incluso poner límite a nuestras vacaciones. Tal y como rezaba un
antiguo texto hebreo, "la Luna fue hecha para que contásemos los
días".
Los primeros calendarios
que se han encontrado hasta la fecha datan del Paleolítico superior, y fueron
fabricados a partir de huesos de animales, mediante incisiones que marcan el
paso de las fases lunares. El más antiguo que se conoce es el hueso Lebombo,
fabricado hace unos 37.000 años y descubierto a principios de la década de los
70 en Swazilandia, un pequeño país al sur de África donde la esperanza de vida
apenas supera los 40 años debido a la lacra del sida.
Se trata de un peroné de
babuino con 29 incisiones, no muy distinto de los calendarios de palo que aún
usan los bosquimanos de Namibia, una cultura milenaria cuya esperanza de vida
rozaba hace poco los 90 años y que en la actualidad está a punto de
extinguirse.
Otro objeto similar, con
más de 20.000 años de edad, es el hueso de Isturitz, que fue hallado en
Dordoña, Francia, y presenta calendarios lunares de cuatro y cinco meses. Fue
en esa misma región donde el geólogo francés Louis Larlet encontró los primeros
restos del Homo sapiens arcaico u hombre de Cromagnon, en 1868. Allí se
encuentra la cueva de Lascaux, donde, junto a sus célebres pinturas rupestres,
aún pueden contemplarse una serie de símbolos que parecen ser calendarios lunares.
Según identíficó el
doctor Michael Rappenglueck durante un estudio de la Universidad de Munich,
allí están representados tanto un ciclo lunar de 29 días como un año lunar
compuesto por 13 ciclos. Ambos fueron impresos sobre las paredes de la gruta
hace unos 15.000 años.
Aquellos cromañones
"eran conscientes de los ritmos de la naturaleza porque su vida dependía
de ellos", según dedujo el mencionado investigador tras su descubrimiento,
publicado en el año 2000. Otro objeto que maravilla a los expertos es el hueso
de Ishango, aparecido en los años 60 en el lago Edwards, Zaire, donde alguien
representó un calendario lunar de seis meses hace poco menos de 25.000 años.
Este primitivo almanaque, que se conserva en el Real Museo de Ciencias
Naturales de Bélgica, se construyó a partir del peroné de un babuino, al igual
que el hueso Lebombo.
Un calendario menstrual
Estos utensilios y otros
similares muestran que el 'Homo sapiens' ya había adquirido en la Edad de
Piedra el sentido del paso tiempo y había encontrado un método preciso y
cuantitativo para medirlo. Se trata, por tanto, de los primeros objetos
matemáticos que se conocen.
De hecho, al principio
se pensó que el hueso de Ishango, de unos 10 centímetros de longitud y repleto
de marcas a ambos lados, era una especie de calculadora prehistórica con la que
el hombre del paleolítico se ayudaba a multiplicar. Un posterior análisis
microscópico del hueso reveló que el patrón de incisiones se correspondía
también con un calendario lunar de seis meses. Quizás fuera ambas cosas a la
vez, e incluso otra más: un calendario del ciclo menstrual de la mujer durante
medio año.
Del Paleolítico superior
también datan las primeras manifestaciones artísticas que se conocen, entre
ellas las estatuillas dedicadas a deidades femeninas, como la Venus de
Willendorf o la Venus de Laussel. Estas esculturas prehistóricas muestran una
auténtica devoción por la fertilidad femenina: atributos como los pechos y las
caderas son desproporcionadamente grandes, y en su tiempo estuvieron cubiertas
por un tinte rojo cobrizo, que representaba la menstruación.
Ya que el ciclo de la
Luna y el de la ovulación duran lo mismo, es lógico pensar que, además de
usarse como calendarios, estos instrumentos servían a las mujeres de la Edad de
Piedra para llevar la cuenta de su menstruación. Por eso mismo, los primeros
instrumentos que creó el 'Homo sapiens' para medir el tiempo debieron ser
también objetos de una gran carga simbólica y religiosa, que reflejaban a la
perfección la cualidad más idolatrada por las sociedades paleolíticas: la
fertilidad.
La Luna y la fertilidad
eran inseparables para el hombre primitivo, como muestra el hecho de que la
Venus de Laussel, una figura de 44 centímetros tallada en roca caliza hace
25.000 años, sostenga en su mano un cuerno de bisonte con 13 incisiones, que
muy posiblemente representan las 13 lunas del año (según el tipo de calendario,
el número de lunas oscila entre 12 y 13, al igual que los días de los que se
compone un ciclo lunar varían entre 28 y 30).
Los primeros matemáticos
fueron mujeres
Todo ello ha llevado a
varios expertos a postular que las primeras personas en pensar matemáticamente
debieron ser mujeres. En el paleolítico, las sociedades humanas eran
cazadoras-recolectoras, lo que significa que el hombre salía a cazar mientras
la mujer se encargaba de recoger los alimentos que brotaban naturalmente de la
tierra –aún no existía la agricultura. Los calendarios lunares tenían,
entonces, dos funciones principales: medir los periodos de ovulación y
determinar el momento de maduración de distintos frutos y vegetales.
Ambos cometidos apuntan
a que las creadoras de estos primitivos ingenios fueron nuestras abuelas del
Paleolítico. Así lo explica la etnomatemática estadounidense Claudia Zaslavsky:
"¿Quién, salvo una mujer pendiente de sus ciclos, iba a necesitar un
calendario lunar? Cuando le pregunté esto a algún colega con intereses
matemáticos similares, me sugerió que los primeros agricultores podrían haber realizado
dichos registros. Sin embargo, fue lo bastante rápido como para añadir que,
probablemente, los primeros agricultores fueron también mujeres. Que
descubrieron los cultivos mientras los hombres cazaban fuera".
El matemático John
Kellermeier añade al argumento la dimensión religiosa que tenían la fertilidad
y la menstruación en el Paleolítico. "Los calendarios lunares no habrían
sido sólo métodos de medir el tiempo, sino que también reflejaban la resonancia
entre las fases de la Luna y los ciclos sagrados de la menstruación. Esta
evidencia apunta a la conclusión de que la menstruación de las mujeres dio
lugar a las primeras matemáticas. Y también sugiere que las mujeres fueron las
primeras matemáticas". Lo que las convierte, de paso, en las primeras astrónomas.
Decía Albert Einstein,
quizás exagerando un poco, que lo más importante de una teoría científica es
que tuviera belleza. La hipótesis de Zaslavsky y Kellermeier, imposible de
comprobar empíricamente, sin duda la tiene: las primeras sociedades matemáticas
estuvieron compuestas por mujeres del Paleolítico, trasuntos carnales de las
fértiles y orondas divinidades veneradas en aquel periodo. Contemplar los
astros era para ellas tan sólo un modo de saber en qué día vivían, así que se
reunían bajo la luz de la Luna para echar cuentas, anticiparse al germinar de
los frutos y planificar la llegada al mundo de nuevos -aunque primitivos-
'sapiens'
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