Domingo 14 de julio de
2013 | Publicado en edición impresa
Infinidad de pintores y
poetas se inspiraron en ella y tres de cada cinco canciones la nombran. El
mundo de la ciencia la ha estudiado durante siglos. Fue visitada varias veces y
hasta se venden parcelas de su territorio. ¿Por qué la Luna nos atrae tanto?
Por Silvina
Dell´Isola | Para LA NACION
Superluna. Un avión irrumpe en la inmensidad de la noche del perigeo, el mes último, un fenómeno por el cual la luna llena se puede ver más cerca. Foto: AP y Reuters |
Fría, radiante, bella, curiosa,
regordeta y misteriosa, no pasó un solo día desde que el mundo es tal en que la
Luna no haya estado ahí, colgada del cielo y espiando absolutamente toda la
historia de la humanidad y de lo que ha ido pasando por estos pagos en los
últimos millones de años. A veces más lejos. A veces más cerca. Como el 23 de
junio último, cuando pudimos ver la luna llena más grande de 2013. El fenómeno
se llama perigeo y se da cada catorce meses: es el punto en el cual un objeto
celeste que gira alrededor de la Tierra se ubica más próximo a la misma. A una
distancia media de 384.000 kilómetros, ese domingo se nos arrimó insolente
hasta los 356.000, unos 28.000 kilómetros. Hoy anda algo devaluada, pero
nuestro astro favorito supo de tiempos mejores y tuvo sus buenos siglos de
gloria: cuando la ciencia y la tecnología llegaron a ella y la caminaron tras
una sucesión de hechos épicos gestados en la obstinación de un presidente
norteamericano; cuando según religiones y culturas sus rayos y ciclos definían
destinos, y cuando desde la música, la poesía o la pintura se la saturó de
tópicos convirtiéndola en un cliché en sí misma.
Velázquez, Goethe,
Turner, Buda, Saint-Exupéry, incluso el poeta italiano creador del Movimiento
Futurista Filippo Marinetti (que por 1909 proponía a viva voz: "¡Matemos
al claro de luna!", con la finalidad de imponer un mundo de prisas y luz
eléctrica), fueron cientos los hombres cuyas obras recibieron influencia de su
radiante redondez. El mismo Mussolini -contó sin reparos su amante, Margherita
Sarfatti, en una biografía de 1925- durante las noches de luna llena exigía que
le cerraran todas las cortinas y ventanas para que ningún rayo tocara su cara
mientras dormía. Influido de pequeño por una anciana con fama de bruja apodada
La Vecchia Giovanna, il Duce creía que si esto ocurría se volvería loco.
Es que hay Luna para
todos los gustos... Luna de miel, luna de Valencia, claro de luna, luna de
papel, hechizo de luna, la teta y la luna y acá cerquita una Luna de Avellaneda
que fue éxito de taquilla. Curioso: a pesar de que posiblemente tres de cada
cinco canciones la mencionen, en su superficie no se podría escuchar música
porque la falta de atmósfera impide que se transmita el sonido. Lástima por
Moon River, Blue Moon, Dancing in the Moonlight, Walking in the Moon, Moon over
Bourbon Street o incluso por la salerosa esa de "ese toro enamorado de la
luna que abandona por las noches la manada". Pero sobre todo por la más
distintiva, gastada pero siempre efectiva, Fly me to the Moon. Escrita en 1954
por Bart Howard, la cantó la tripulación de la Apollo X en su misión orbital de
mayo del 69, y el astronauta Buzz Aldrin durante el alunizaje de la Apollo XI.
Con el casco puesto, por supuesto, donde tenía aire y había sonido. Durante los
festejos por el 40° aniversario de la llegada del hombre a la Luna, en julio de
2009, Diana Krall la interpretó en vivo en el Smithsonian National Air and
Space Museum. Desde la platea la escuchaban los tres astronautas responsables
de ese primer pequeño gran paso para la humanidad. Krall también entonó una
sentida y sensible versión el 13 de septiembre de 2012 en la catedral de
Washington, durante el servicio en memoria de Neil Armstrong. Titulada
originalmente In Other Words, la lista de artistas que la grabaron incluye a Tony
Bennet, Paul Anka, Nat King Cole, Doris Day, Ella Fitzgerald, Judy Garland,
Jack Jones, Sarah Vaughan, Tom Jones, la ex Abba Agnetha Fältskog, Michael
Bolton, Michael Bublé o Rod Stewart. Pero nadie pudo robarle a Frank Sinatra el
mérito de haber sido quien mejor la interpretó, hasta en un dueto legendario
junto a Antonio Carlos Jobim con arreglos de Quincy Jones. Humilde homenaje a
la dama de la noche desde este rincón del Planeta es nuestra Lunita tucumana,
tamborcito calchaquí, a la que los gauchos no le cantan porque alumbra y nada
más, sino porque algo ya sabrá ella de su largo caminar. Metáfora telúrica
perfecta del papel de guía de su luz antes de faroles, alumbrados públicos y
neones. Piantao y genial, Horacio Ferrer directamente la descolgó del cielo y
se la llevó impertinente a rodar por Callao.
UN PAR DE LUNÁTICOS
Grecia. Sobre las ruinas del antiguo templo de
Poseidón,
en Cape Sounion, a 60 km de Atenas. Foto: AP y Reuters
James Attlee es escritor
y editor de libros inglés. Un día miraba el póster que su dentista había pegado
en el techo del consultorio para distraer a los pacientes en el que se
reflejaba el mundo, de noche, iluminado artificialmente de una manera casi
grosera, y cayó en la cuenta de la poca importancia que hoy le damos al único
satélite natural de la Tierra y de cómo desterramos la belleza de su luz de
casi todos nuestros hábitos de vida. "Buena parte del planeta hoy está
encendido las 24 horas. Esto ocurrió en los últimos 150 años y causó un cambio
fundamental en nuestra relación con la noche." Esa misma tarde, como quien
dice voy a comprar chicles, Attlee marcó en un calendario las noches de luna
llena y decidió iniciar un viaje alrededor del mundo siguiendo la huella de su
luz, cuentos, mitos y verdades a través de la historia, la ciencia, las artes y
las costumbres. El resultado de la aventura de este hombre, para quien hoy
contemplar la Luna se ha vuelto una filosofía de vida, está contado en el libro
Nocturno, un viaje en busca de la luz de la Luna (2011, El ático de los libros,
distribuido en nuestro país por Waldhuter, www.waldhuter.com.ar )
¿Por qué lo hizo?
Siempre me interesó
escribir sobre cosas extraordinarias que están justo ahí, en medio de la vida
diaria. La Luna es universal y algunas culturas todavía la valoran. Sentí que
había todo un mundo por descubrir incluso aquí en Londres, si tan sólo una
noche nos dejáramos llevar guiados por su brillo.
Entre otros datos
curiosos, el escritor cuenta que en la vieja Europa los días de luna llena eran
los favoritos para salir de fiesta, porque su reflejo era la única fuente de
iluminación que indicaba a quienes ya llevaban unas copas de más el camino de
regreso a casa; recuerda que el ciclo lunar fue el que permitió medir períodos
más largos que un día, y asegura que si nos pasáramos una semana en completa
oscuridad nuestra visión se agudizaría hasta el punto de llegar a ver una vela
encendida a 30 kilómetros.
¿En qué lugar lo impactó
más su belleza?
En el desierto de
Arizona, lejos de toda fuente artificial. Para algunas culturas la Luna está
asociada a historias supernaturales y mi teoría es que en esto debe tener algo
que ver su efecto sobre nuestra visión. Esa noche tuve una poderosa alucinación
durante la cual pude ver una serpiente, y aunque mi mente consciente se esforzaba
por aceptar que no había ninguna serpiente, a la luz de la Luna el objeto
reflectante se negaba a volver a ser lo que realmente era. Otra experiencia que
me impresionó fue en las montañas nevadas de Gales. La calidad reflexiva de la
nieve hacía que la noche fuera casi tan brillante como el día.
Singapur. Desde la pasarela del Supertree
Grove, en Gardens
by the Bay, un parque natural de este país asiático. Foto: AP
y Reuters
Usted es un referente de
la Campaña por Cielos Oscuros promovida por la Sociedad Astronómica Británica.
Pero en las grandes ciudades prefieren la iluminación para sentirse más
seguros.
El peligro en las calles
es una excusa para que las ciudades gasten excesivas cantidades de luz. La
realidad es que desde la instauración del alumbrado público nuestro temor a la
oscuridad se incrementó. Durante cientos de miles de años sobrevivimos casi a
oscuras. Nuestros ojos están muy bien adaptados y desarrollados para ver con
baja iluminación. Por supuesto que por seguridad debe haber luz, pero no es
necesario que un manto blanco artificial nos cubra, evapore la noche y nos
impida admirar la belleza de un cielo nocturno.
Usted llama a la Luna la
Garbo del firmamento.
La bauticé así pensando
en las perfectas, pálidas caras de los antiguos films, sobre todo en esa vieja
actriz tan celosa de su privacidad que se negó a seguir apareciendo en público
una vez que su juventud se esfumó. Sólo se la podía ver en alguna foto robada y
siempre salía tapándose la cara con la mano. La Luna también suele esconderse
de nosotros detrás de las nubes y la lluvia. La vemos con todo su esplendor en
contadas ocasiones de su ciclo mensual.
¿De qué está hecha la
Luna? Depende. Para poetas, músicos o directores de cine está hecha de papel,
de algodón, de miel, de plata o de sueños... Para la ciencia, algo aguafiestas,
es como un durazno: tiene un carozo de metal y una envoltura de roca. Así lo
grafica Mariano Ribas, coordinador del Área de Divulgación Científica del
Planetario de la Ciudad de Buenos Aires.
Eso de que el hombre
llegó a la Luna a veces suena medio a cuento. Si alunizó hace 44 años, cuando
el mundo todavía andaba casi a cuerda, ¿por qué no siguió yendo hasta hoy, con
todos los avances tecnológicos que tenemos ahora?
Porque no tiene interés.
Perdón, ¿me repite?
El tema de un mito o
teoría conspirativa es enorme. Pero es muy fácil de rebatir: entre el 69 y el
72 hubo seis viajes. Los que creen que el hombre no fue a la Luna tendrían que
admitir entonces que hubo seis fraudes y no uno. Siempre se habla de la misión
Apollo XI, que fue la primera. Pero el Programa Apollo empezó años antes.
Descendía del programa Mercuri y del proyecto Gemini de principios de los 60 y
de otros acercamientos que los norteamericanos habían hecho con naves no
tripuladas o que no alunizaron. Fue de menor a mayor, no se largaron de golpe.
Más allá de eso, el objetivo no era sólo poner al hombre en la Luna, sino sacar
algún rédito científico. Entre Apollo XI y Apollo XVII hubo seis viajes hechos
en lapsos mínimos, que costaron entre 10 y 20 mil millones de dólares de
aquella época cada uno. El primero tuvo una repercusión enorme y del último
casi nadie se enteró. Apollo se cortó por los motivos más simples del mundo: la
Luna ya estaba agotada como objeto de estudio y no redituaba ni científica ni
políticamente. A partir de entonces, la NASA canalizó esfuerzos en otra
dirección incluso más interesante y envió naves a todos los planetas del
sistema solar. La Luna misma sigue siendo explorada por la LRO -Lunar
Reconnaissance Orbiter, que es una de las que encontró evidencia de hielo y
posiblemente agua en sus polos.
¿Los hombres dejaron
algo ahí?
Dejaron varios aparatos
funcionando, como sismógrafos o espejos retrorreflectores (Laser Ranging
Retro-Reflectors), que hoy se siguen utilizando. Desde un sitio en Nuevo México
se envía un rayo láser muy potente apuntando a esos espejos. El rayo hace una
especie de escaneo, pega en los espejos y vuelve. Se mide cuánto tiempo tarda
el haz de luz en ir y regresar, y sobre eso se calcula la distancia a la Luna
con una precisión increíble.
¡Pero dicen que se está
alejando!
Un poquito, tres o
cuatro centímetros por año. Ese poquito parece ridículo, pero va sumando. En
diez años es medio metro, en un siglo son cinco metros. Parte de los módulos
lunares también quedaron allí. Cada nave constaba de tres segmentos. Bajaban
dos. El inferior, que tenía patitas, fue abandonado. Llevaba unas placas
metálicas con un mensaje simbólico de la NASA y de Naciones Unidas, como que el
hombre había estado allí. El segmento superior es el que les permitió volver a
los que bajaron.
Si afecta a las mareas,
¿cómo nos afecta a nosotros?
Las masas de agua
líquida de la Tierra avanzan y retroceden en las costas en función del tirón
gravitatorio que ejercen la Luna y el Sol. Como la Luna da vueltas a la Tierra
va traccionando en distintas posiciones. La gravedad lunar no atrae solamente
al agua, sino a animales, personas, edificios, plantas, todo. Se usa la lógica
de que como la Luna afecta a las mareas, afecta a las personas porque somos 70
por ciento agua. Nos afectaría igual aunque estuviéramos hechos de madera. Si
tenés a la Luna sobre tu cabeza, se estará estirando tu cuerpo hacia arriba una
fracción de milímetro.
¿Sus ciclos nos
benefician en algo?
Todavía hay creencias
que dicen que si dormís al rayo de la luna llena te volvés idiota, loco o
lobizón. Es parte de la cultura popular.
¿Cortarse el pelo en
cuarto creciente?
Mito absolutamente. Son
costumbres simpáticas que vienen desde mucho tiempo atrás. Pero no se les puede
dar carácter científico.
Últimamente la han
bombardeado. Medio salvaje, ¿no?
En 2009, la misión
LCross lanzó un proyectil contra un cráter polar adonde no llega la luz del
Sol. Ese impacto fue estudiado por una nave que venía atrás: analizó los
materiales que levantó la nube de escombros y encontró hielo. Tal vez sea el
más importante de todos los descubrimientos que se hicieron sobre la Luna de
cara a nuevas misiones tripuladas. De ese hielo se podría extraer agua, oxígeno
e hidrógeno para respirar y para usar como combustible. Se podrían plantear
permanencias más largas y carpitas espaciales. Serían los primeros
asentamientos.
El hecho es que antes de
armar las valijas, tanto norteamericanos como chinos, indios, rusos y países miembros
de la Agencia Espacial Europea -todos cabeza a cabeza en la carrera por
reiniciar a partir de 2020 las misiones con fines colonizadores- deberían pedir
permiso primero a Dennis Hope, el dueño de la Luna, y luego a los millones de
personas en todo el mundo que le compraron un terreno en ella.
LOS SEÑORES DE LA LUNA
Dennis Hope es sólo uno
de los tantos lunáticos cuyas simpáticas vidas giran en torno de la redondez de
la Luna. En el documental Lunarcy!, estrenado en septiembre último en Estados
Unidos, el director canadiense Simon Ennis cuenta las historias de media docena
de ellos. Está Alan Bean, uno de los astronautas que la caminó. Está el
profesor de astrofísica Jamie Matthews, que a los 13 años mintió tener 17 para
ser seleccionado como joven embajador por Canadá y viajar a Florida a
presenciar el lanzamiento de la Apollo XVII (culminada la misión, el presidente
Richard Nixon le envío como regalo de buena voluntad un pequeñísimo fragmento
de roca lunar cuyo valor entonces era de 5 millones de dólares y que Matthews
guardó durante meses debajo de la cama por temor a que sus padres le dieran una
paliza). Y no falta Christopher Carson, un convencido de que podría ser la
primera persona en irse a vivir a la Luna para nunca más volver si sólo consiguiera
suficiente dinero. Carson anda por el mundo buscando financiación envuelto en
un overol blanco con la leyenda Ciudadano lunar o ruina.
La historia de Hope,
dueño de la Luna desde hace 33 años, es tan romántica como compleja. "Sólo
aproveché un vacío legal", dice para referirse al ardid, astucia o rapto
de iluminación divina que este ex ventrílocuo, actor, vendedor de fiambrería y
concesionario de casas rodantes con un posgrado en Sociología tuvo en 1980,
cuando se plantó en una oficina de patentes de San Francisco para inscribir
como suya a la Luna y a una docena de planetas. Según el Tratado del Espacio
Exterior firmado en 1967 por la ONU, ningún país podrá jamás reclamar la
propiedad o soberanía de los cuerpos celestes. No menciona a los hijos de vecino.
Con lo que Dennis hizo el trámite y escribió a Naciones Unidas preguntando si
encontraban algún impedimento legal a su intención; no obtuvo respuesta y dio
por hecho que la Luna era suya. Desde entonces vende parcelas de un acre (4000
m2) a razón de 20 dólares cada una, más impuestos, más gastos de envío.
Comercializa veinte propiedades por día: unos 574 mil terrenos entregados en
todo este tiempo a compradores de 193 países.
Desde Buenos Aires
escribimos varias veces a su empresa Lunar Embassy, pero nunca nadie contestó.
Para pasar el rato, probamos a llamar por teléfono a Río Vista, California, su
sede. Al segundo timbrazo atiende Dennis Hope.
-Embajada Lunar, ¿puedo
ayudarlo?
Tras la introducción de
rigor le pedimos que nos precise cuántos argentinos adquirieron un terrenito.
Dice que esperemos dos segundos que terminarán siendo siete u ocho, pero no
más.
-10.622 argentinos
compraron parcelas en la Luna al día de hoy.
Hope contesta rápido,
seguro, sin desconfianza. Por algo se adueñó de la Luna y le fue tan bien en el
negocio. Cortés, explica que difícilmente hubiera encontrado nuestros correos
porque recibe 375 e-mails por día, 7000 en el último mes, y confirma que sí,
que es cierto que John Travolta, Tom Hanks, Tom Cruise, Nicole Kidman, Josh
Lucas, Clint Eastwood y los presidentes Reagan, Carter y George W. Bush tienen
unos acres. "Las celebrities en todo el mundo suman 673. Imposible
nombrarlas. Pero hay príncipes, dueños de cadenas hoteleras, directivos de
compañías tecnológicas de Silicom Valley y hasta empleados de la NASA. Un alto
porcentaje lo hace con una idea noble o romántica." Una mujer confiesa que
hace unos años le compró a Hope vía Internet un terreno para regalárselo a un
ex novio que tenía todo en la vida, menos un pedazo de Luna. Lejos de sentirse
estafada, a veces se pregunta si él aún lo atesorará o si ella debería haber
huido con la escritura bajo el brazo antes del portazo final.
Visionario, chanta,
estafador o genio, quien tal vez mejor entendió a Hope fue el escritor y
periodista argentino Hernán Casciari, que le dedicó unas bonitas palabras en su
blog Editorial Orsai, en 2006. "Me vino por correo una foto satelital de
mi parcela. No sé si ustedes estarán viendo la Luna, pero si la tienen a mano
dibujen en ella una cara imaginaria. Mi terrenito estaría sobre el ojo
derecho." Casciari profundizó en la historia de Hope: iba de pueblo en
pueblo como ventrílocuo malo de un teatro de variedades del sur de Estados
Unidos. Una mañana se divorció de una bailarina mexicana para irse con la chica
que amaba, Alice, equilibrista de circo. Al día siguiente Alice se mató en un
doble salto mortal sin red y Dennis se quedó destrozado, sin trabajo, mirando
la Luna como un estúpido. "A él lo confunden con un estafador, y a
nosotros los compradores nos confunden con unos imbéciles. Nada más lejos. Me
encanta que haya sido ventrílocuo y que ahora sea millonario. Me encanta que la
gente, a pesar de no creer una sola palabra de lo que dice, le compre la Luna.
Las historias son a veces lo que nosotros queremos que sean. La Luna está entre
las cosas que menos me importan en la vida. Pero por suerte, 20 dólares
también. Y entre poder decir en una sobremesa tengo un pedacito de la Luna y
decir tengo 20 dólares, yo sé muy bien lo que hay que hacer. Hay que comprar un
libro, hay que comprar un disco, hay que comprar la Luna. Dennis Hope y yo
hemos hecho un negocio imaginario. Yo le di 20 dólares, que es un papel que
representa un pedacito de un lingote de oro que hay en la bóveda del Tesoro
norteamericano. Él me dio otro papel que representa un retazo al norte de la
Luna. Nadie ha visto nunca esos lingotes. Yo a mi Luna la miro por la ventana,
cuando se me antoja."
Desde que Neil Armstrong
alcanzó la hazaña de pisarla por primera vez el 21 de julio de 1969, la Luna
fue caminada por doce hombres en el marco de seis misiones Apollo. Sabían que
se iban, pero no si regresaban. Eugene Cernan fue el último en lograrlo. Hoy
vive de lo que factura en charlas y eventos alrededor del mundo en los que
alienta a maestros, pilotos, ingenieros, fotógrafos y científicos a seguir sus
sueños, alcanzar las estrellas y colonizar el espacio. Cuando recuerda sus
horas en la Luna, describe: "Ni una palabra, ni una vibración, ni el canto
de un pájaro, ni el ladrido de un perro, ningún sonido que alguna vez me haya
sido familiar. Llamé a Houston y dije: Caramba, es increíble. Me sentía muy a
gusto, como si perteneciera a ella. He estado sentado en el porche de Dios. No
hay viento, no hay lluvia, nadie pasará caminando por encima. Junto con las
iniciales de mi hija, TDC, que dibujé con mi dedo, estarán allí por toda la
eternidad". Al texano Alan Bean (hoy un pintor de cuadros marketinero y
carismático) hace 40 años que le hacen la misma pregunta: "¿Qué
sintió?" Él contestaba: "Intentas describirlo, ¿sabes? Pero no
puedes". Influido por sus ídolos impresionistas, Monet y Cézanne, comenzó
a dedicarse a la pintura de manera profesional y su primer cuadro se tituló Lo
que sentí al caminar sobre la Luna. Encontró en el arte una forma de responder
a esa pregunta. Sus obras van de los 50 mil a los 600 mil dólares. El toque
final de sus primeras telas era algo de polvo lunar, recuerdo del espacio.
Cuando éste se acabó decidió cortar en cientos de pedacitos su traje espacial
que ahora adhiere a cada lienzo. Bean no se cansa de repetir que al mirar la
belleza de la Tierra desde la Luna pensó: "La gente no hace más que
quejarse de todo cuando deberían estar celebrándolo. Si miro por la ventana de
mi casa y veo que se mueven las ramas de los árboles o que llueve, me digo:
Este es el mejor de todos los lugares". Cernan coincide: "Los que
hemos ido hemos sentido una transformación no religiosa, pero sí espiritual. Si
todos hubiesen estado allí, ¡las cosas serían mucho mejor aquí abajo!"
El último párrafo es
para el primero. Neil Armstrong cargó durante toda la vida con el peso de la
responsabilidad de su gesta, aunque siempre prefirió el perfil bajo. Murió hace
casi un año, a los 82, por complicaciones tras una cirugía de bypass. Su página
en la historia dice que se subió a un avión por primera vez a los 6 años, que
de adolescente trabajó en una farmacia para poder pagar clases de aviación, y
que consiguió su permiso para volar a los 16, antes que el de conducir autos.
Tras el funeral, su familia difundió el siguiente mensaje: "Fue un héroe
americano que sólo creyó que estaba haciendo su trabajo. Lamentamos su pérdida,
pero celebramos su vida memorable esperando que sirva como ejemplo a los
jóvenes de todo el mundo para que trabajen duro por perseguir una causa mucho
más grande que ellos mismos y por hacer sus sueños realidad. Si quieren
rendirle un homenaje, les sugerimos algo muy sencillo: honren su modelo de
servicio y modestia. Y la próxima vez que salgan afuera durante una noche
luminosa y vean que la Luna les sonríe, piensen en Neil y háganle un
guiño". Bello pedido. Porque ella seguirá siempre allí, pegada al
firmamento, espía pero discreta, generosa, invitándonos a sacar una silla al
jardín para dejarse admirar mientras nos abraza con su luz. Peor para el Sol.
LO QUE HAY QUE SABER
La Luna tiene un cuarto
del diámetro de la Tierra y apenas 1/81 de su masa. La superficie es más
pequeña que Asia.
Su temperatura varía
entre 110ºC durante el día y -180ºC durante la noche.
La Luna y el Sol
aparentan tener el mismo tamaño. Sin embargo, éste es 400 veces más grande y
está 400 veces más lejos -a 150 millones de km-, con lo que se equiparan.
A pesar de que gira
constantemente, nosotros siempre le vemos la misma cara, porque tarda el mismo
tiempo en dar una vuelta a la Tierra -casi un mes- que en dar una vuelta en sí
misma.
La cara oculta de la
Luna no está a oscuras.
Un siglo antes de la era
cristiana, el astrónomo, geógrafo y matemático griego Hiparco logró ordenar el
cielo geométricamente a simple vista y con una gran precisión. El telescopio
apareció recién sobre el año 1610.
La superficie de la Luna
se llama regolito. Es una especie de ceniza polvorienta, como de roca
pulverizada. Fue como caminar una cancha de tenis.
La Luna no es blanca,
sino gris. Es muy rocosa y está llena de cráteres y montañas. No tiene viento,
aire, agua líquida, lluvia ni nevadas porque carece de atmósfera. Por eso, su
cielo es negro y no celeste, a pesar de recibir la misma luz que la Tierra.
La nave Apollo XI tenía
una computadora con un poder de procesamiento de información inferior al de un
teléfono móvil actual.
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