Muy interesante,para leer con tranquilidad!!!
ESCRITOS, SEXO & PODER — BY LA PALA ON ABRIL 22, 2013 AT 22:03Por Natalia Contreras Figueroa[1]
La medicalización del parto en nuestro país tiene sus inicios en el siglo XIX, en la década de 1880 cuando surgen los primeros intentos por “sanear” e “higienizar” el territorio, disminuir la tasa de mortalidad materna y controlar los efectos sociales de las epidemias que surgieron como resultado del desarrollo urbano, el crecimiento poblacional y el deterioro de las condiciones higiénicas en la población[2]. La mortalidad materna desde el siglo XX es un indicador representativo de desarrollo económico, social, educacional y sanitario de un país[3], mas su extremada medicalización cada día propugna mayores cuestionamientos dentro del mundo de la obstetricia y la ginecología. Una fuente de antecedentes en este sentido se encuentra en los estudios realizados por el Departamento de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de Chile, en donde se presentan como problema las elevadas tasas de cesárea en nuestro país y la falta de Centros Académicos y Grupos de Investigación que problematicen sin complacencia esta frecuencia[4].
Desde la antropología ya es posible contar con trabajos como los de Michelle Sadler, que en una línea similar a la presentada por la antropóloga española Casilda Rodrigáñez, nos invita a analizar el tema del parto en tanto que comportamientos reproductivos de la sociedad, donde la relación entre cultura y poder se vuelve fundamental. No obstante, el análisis de este evento desde una perspectiva sociológica que comporte al cuerpo como categoría central de discursos dominantes de poder-saber dentro del aparato de producción capitalista, se encuentra aún en una fase exploratoria. No interesa por lo tanto considerar al alumbramiento como un evento biológico natural, sino como un evento constituido por características históricas y sociales que pueden ser modificadas. Un enfoque sociológico de compromiso crítico a este campo de investigación social, que permita visualizar al parto medicalizado como un escenario más de litigio por el dominio y el saber dentro del campo de la salud, es el apremio principal que da vida a estas líneas.
Según Eduardo Díaz Amado, “la medicalización de la vida ha sido vista como un signo de poder del discurso médico en la sociedad. Ahora, sin embargo, la propia medicina es el objetivo de nuevos desplazamientos de poder”.[5]
De este modo, si se considera que el parto en su revolucionaria transformación por efecto de la conformación de la ciencia obstétrica suscita una especie de fractura o partición en su relato que se traduce en poder concebir al parto natural-vagina y abdominal-cesárea como dos eventos clínicos que requieren de la asistencia especializada de un “experto” (matrona o médico obstetra), indudablemente se impronta todo su ejercicio en percepciones y representaciones sociales de saber y de poder. Incluso si se habla de humanización del parto, el ejercicio requiere la asistencia de un cuerpo de salud especializado.
La medicina hegemónica despliega una forma de ver y de hablar del cuerpo que establece dicotomías entre: cuerpo-sano/cuerpo-enfermo, salud/enfermedad, en un lenguaje de etiologías, signos/síntomas, padecimientos, terapias y tratamientos[6], de tal modo que el médico establecerá diagnósticos a partir de lo que ve en el paciente. En la misma lógica, la experimentación de la obstetricia en Chile, infundida en este mismo emblema, se encarga de racionalizar a través de síntomas y fisonomías generales el proceso total del parto y todas su posibles nuevas consideraciones.
La adecuación obstétrica es una estructura científica como cualquier otra, de carácter intervencionista que permite que el parto medicalizado se legitime en su práctica y saber: en el dominio de su experiencia y la estructura de su racionalidad.[7]
El crucial salto del parto domiciliario al intrahospitalario es la consumación masiva de este poder-saber médico organizado y ampliado, el cual comenzó tímidamente con la labor de controlar los altos índices de mortalidad materna hasta adjudicarse, hoy por hoy, la tarea de controlar y modificar los procesos vitales en el individuo. El cuerpo de la mujer-madre como espacio material donde se efectua la faena de asistencia al parto, podría resultar una categoría central de análisis y una metáfora del control regulador que sujeta el cuerpo de la madre y vuelca al parto en ejercicios de normalización y disciplinamiento.
“Incluso cuando utilizan los métodos más “suaves” que encierran o que corrigen, siempre es del cuerpo de que se trata- del cuerpo y de sus fuerzas, de su utilidad y de su docilidad, de su distribución y de su sumisión”[8].Las técnicas y prácticas de disciplinamiento y normalización del cuerpo de la madre pasan por una sofisticación de los mecanismos del poder-saber de la obstetricia, la que instala su mirada en el objeto. Al respecto, se torna preciso tener presente la distinción foucaultiana entre cuerpo-máquina y cuerpo-especie (“anatomía política” y “biopolítica”)[9].
Desde el mundo de la antropología nos encontramos con los trabajos de Rodrigáñez, quien sostiene que “el parto es una cuestión de poder”[10]. Si bien su blanco de análisis no es estrictamente el parto medicalizado, su exploración de la cultura patriarcal, nos permite comprender que ésta ha permitido aceptar como imaginario social “un parto con dolor”, concedido en la represión del deseo materno, convirtiéndose así en una problematización política del parto y una visibilización del poder que éste infiere en la manera en que es vivido y practicado.
Rodrigáñez en todos sus trabajos se esfuerza por visibilizar las relaciones culturales de poder que constituyen y configuran, a nivel simbólico y material, el parto en Occidente; sus contribuciones siempre apuntan a la posibilidad de parir con placer, no como una promesa de perfeccionamiento de la técnica biomédica o una preparación diferente hacia el parto, sino como una recuperación de la sexualidad femenina, que puede resumirse en la siguiente cita: “Hemos de re-conquistar nuestros cuerpos y re-aprender a mecer nuestro útero; sentir su latido y acompasarlo con todo nuestro cuerpo. Que la exuberancia de nuestra plena sexualidad acabe con las contracciones dolorosas y sólo haya el movimiento palpitante de nuestros músculos relajados y vivos”.[11] Mas, al parecer, el parto medicalizado, en su utilización económica del cuerpo, reproduce de manera eficiente su proceso cotidiano de represión. Y cada día son más mujeres las que lo practican “Voluntaria” o “Involuntariamente”.
El poder-saber de la ciencia médica sobre el parto funciona como un poder normalizador, en la medida que regula y controla a partir de categorías de pensamiento “buenas o malas” el cuerpo de la madre y su proceso de embarazo y dar a luz, en tanto que búsqueda del riesgo nulo y salud obligatoria[12]. Ese espacio insidioso comanda un juego de dominio que “da lugar a vigilancias infinitesimales, a controles de todos los instantes, a arreglos especiales de una meticulosidad externa, a exámenes médicos o psicológicos indefinidos, a todo un micro-poder sobre el cuerpo; pero también da lugar a medidas masivas, a estimaciones estadísticas, a intervenciones que apuntan al cuerpo social entero agrupados tomados en conjunto”[13].
Es muy posible referir a la biopolítica como condicionante de la realidad en el parto medicalizado, en tanto que exhibe condiciones de realidad política,donde se entremezclan el poder y la vida: pautas de conducta y pautas sociales que giran y atraviesan el parto en tanto que discurso médico e imaginario social. En este sentido el manejo productivo de la maternidad se constituye en el discurso político abstracto que intentó coordinar los ámbitos técnicos de la medicina, para asegurar una conjetura universal acerca de la vida. “En el actual escenario corporativo en que se desarrolla la práctica médica, el cuerpo sigue siendo un objetivo de la voluntad de poder”[14] , y el escenario económico y burocrático de nuestra sociedad contribuye a la industria de la salud para obrar en pos de sus particulares intereses. Marcos Cueto, estudioso del tema de las Instituciones Sanitarias y el poder en América latina, sostiene que la nuevas funciones de la salud estatal tienen directa vinculación con la educación, el control y la productividad económica [15], entendida en nuestros días como “economía de consumo” o “venta de servicios”. Un ejemplo claro de esto es que “las tasas de cesárea no son homogéneas y en nuestro país, existe un claro predominio de las intervenciones que son cubiertas por seguros privados y no públicos, haciendo la situación más compleja aún desde la perspectiva económica y financiera”[16].
Las marcadas condiciones de dominación y desigualdad en las que se desenvuelve el parto, han llevado a realizar trabajos en Chile que sientan los primeros pasos hacia la promesa de su humanización, como la tesis de Michelle Sadler que lleva por nombre: “Así me Nacieron a mi Hija”, la cual aporta antecedentes significativos para el análisis de la atención biomédica en el parto y la visibilización de la violencia obstétrica hacia la madres[17]. Mas la privatización de los sistemas de salud y la ignorancia ciudadana, dificulta estos esfuerzos a cualquier precio.
Según el médico gineco-obstetra Jorge Hasbún, existen diversos factores que permiten que la atención médica hacia los partos se conceda a la cesárea, uno de estos factores está en el valor económico de tiempo o costo de oportunidad. “Se valora el mejor uso del tiempo ocupado en la atención médica, favoreciendo el procedimiento más breve de una cesárea”[18]. En este mismo sentido, no existe ningún tipo de incentivo financiero para la práctica de un parto vaginal por sobre la cesárea[19], y la pérdida de entrenamiento de las nuevas generaciones de especialistas en el uso de técnicas alternativas a la operación incrementa más el problema[20]. Si a esto le sumamos la precariedad laboral en el sistema de pago a los trabajadores de la salud, el asunto se complejiza y vislumbra una red de conflictos a analizar si de lo que se trata es de humanizar efectivamente al parto.
Entonces el problema no sólo suscita relaciones de poder-saber de dominación patriarcal y de violencia obstétrica sobre el cuerpo de la mujer-madre, sino que el problema y el trabajo principal tanto para la visibilización y problematización del parto medicalizado como para la problematización de la medicalización de la vida en nuestro país, debe apuntar hacia el análisis del modelo económico, político y burocrático que lo reproduce y lo legitima.
De manera estructural, el parto medicalizado en tanto que representación de la totalidad del cuerpo social, da cuenta de los dispositivos de poder que agenciaron el desarrollo del capitalismo y que tan solo fue posible gracias a la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción[21].
Por lo tanto, el estudio del parto medicalizado debe hacerse en relación al sistema privado de salud impuesto en los años ochenta, ya que el parto natural, al igual que la cesárea, en términos estrictos se ha practicado desde siempre en la historia del hombre[22]; lo que ha cambiado es el discurso en torno a ambos y los fines con los cuales se legitiman y ejecutan sus prácticas. No debemos olvidar que con la creación de las ISAPRE se promueven cambios culturales de importancia en el país. En primer lugar, se introduce la noción de que la salud es un bien que requiere de un pago. En segundo lugar, se reconoce al lucro en salud como legítimo y necesario para promover la llegada de capitales y tecnología privada con el objetivo de obtener mejoras en la salud de la población. [23]
[1] Socióloga de la Universidad de Artes y Ciencias Sociales ARCIS, Santiago de Chile. Actualmente forma parte del Núcleo de Investigación Sociología del Cuerpo y las Emociones (FACSO) y su línea emergente “Cuerpo Salud y Política” citaconangeles@hotmail.cl
[2] De Ramón A, Historia de una sociedad urbana Santiago de Chile (1541-1930). Editorial Sudamericana, Santiago de Chile, 2000.pág. 220-221.
[3] Donoso E, “Mortalidad Materna en Chile: Tras el cumplimiento de una meta”, 2002; 67 (1), Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología. Santiago de Chile, pág 44.
[4] Hasbún J., “Nacimiento por cesárea: Reseña Histórica y Proyección social”, Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología. 2000; 65 (4), pág. 312.
[5] Díaz E, “Medicina, biotecnopolítica y bioética: de la anatomía a la autonomía”, Instituto de Bioética, Universidada style=”mso-footnote-id: ftn1;” title=”" href=”#_ftnref1″ name=”_ftn1″ Javeriana, Universidad de Durham, 2009; 1 (2), Inglaterra, pág 1.
[6] Díaz E, op. cit., pág 3
[7] Foucault M, El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada medica, Siglo XXI, Buenos Aires, 1997, pág. 9.
[8] Foucault M, op. cit., pág 32.
[9] Foucault M, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, pág. 32-33.
[10] Rodrigáñez M, Pariremos con Placer, Ediciones Crimentales, Madrid 2009, pág. 92.
[11] Rodrigáñez M, op. cit., Ibid.
[12] Gérvas J, Pérez M, “Los daños provocados por la prevención y por las actividades preventivas”, 2009; 1 (4) Revista de Innovación Sanitaria y Atención Integrada, Madrid, pág. 6.
[13] Foucault M, Historia de la Sexualidad. La voluntad del saber, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, pág. 176.
[14] Díaz E, op. cit., pág 5.
[15] Cueto M, “Instituciones Sanitarias de Poder en America Latina”. 2005; 25. DYNAMIS, Acta Hispanica ad Medicinae ScientiarumqueHistoriam Illustrandam, UK. pág. 82.
[16] Salinas H., Albornoz J., Veloz P., Escobar C., Benavente R., Martínez L., “Programa de Intervención Clínica y Económica de la Operación Cesárea en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile”, Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología. Santiago, 2002; 67(6): 454.
[17] Ver tesis, Sadler M., “ASÍ ME NACIERON A MI HIJA” Aportes Antropológicos para el Análisis de la Atención Biomédica del Parto. Universidad de Chile (FACSO) Departamento de Antropología. Santiago 2003.
[18] Hasbún J., “Nacimiento por cesárea: Reseña Histórica y Proyección social”, Revista Chilena de Obstetricia y Ginecología. Santiago, 2000; 65 (4): Santiago de Chile., pág. 314.
[19] Hasbún J, op. cit., Ibid.
[20] Hasbún J, op. cit., pág.315.
[21] Foucault M, Seguridad, territorio, población, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006, pág. 170.
[22] Hasbún J, op. cit., pág.309.
[23] Aedo C., “Las Reformas en la Salud en Chile”. En: Larraín F., Vergara R., Edwards S., Hachetthe D., Paredes R., Galetovic A., Engels E., Fischer R., deL Favréro G., Reínstéin A., Rosende F., Fontaone J., Iglesias A., Acuña R., Coloma F., Rojas P., Torche A., Aedo C., Bayer H., Harberger A., La Transformación Económica de Chile. Centro de Estudios Públicos, Santiago del Chile 2012., pág. 608.
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