Una experiencia única. A
25 años de haber sido madre por primera vez, Rebeca Bortoletto asegura que sus
cuatro hijos se disputan el tiempo de lactancia que le dedicó a cada uno.
02/08/2013 00:01 , por
Redacción LAVOZ
REBECA BORTOLETTO. (La
Voz / Archivo).
El primer embarazo
irrumpe en tu vida como un rayo y te instala en una tarea de las más nobles,
pero también difíciles: la maternidad
Nadie aprende por boca
de otro.
Gastás libros, conversaciones, consultas eternas al médico.
Te dan indicaciones,
pero lo único verdadero es lo que se siente en el cuerpo cuando esa nueva
persona empieza a
dar indicios de que crece en tu interior.
Hasta que no prueba, la
madre no sabe la importancia que adquiere una alimentación natural. Hoy,
después de amamantar a cuatro hijos, creo que es una experiencia única que
deseo recomendar y sugerir a quienes serán madres.
Cuando tuve mi primera
hija, todavía existían dos corrientes de opinión sobre dar o no la teta al
bebé. Era demasiado joven para saber con exactitud cómo moverme para afrontar
tamaña responsabilidad.
Fue importante que mi
propia madre fuera fanática de la leche materna y así fue que me enseñó algo
tan simple como único: generar un espacio entre el bebé y yo, para que el
momento de dar de mamar fuera placentero y se estableciera el vínculo con mi
primer hijo. Es importante lo que la madre de la madre piensa. Si la abuela
tiene claro lo que proporciona la lactancia materna, el camino está allanado.
La madre y el niño
construyen su relación desde el primer minuto de vida fuera del útero.
Y es ella quien debe
saber que su bebé depende de ella –en todo– para la supervivencia. ¿Cómo se da
ese vínculo? Es muy importante alguien que guíe. Un pediatra comprometido que
ayude a que la mamá no tenga miedo en probar una y otra vez hasta que el bebé pueda
hacer que la leche baje y ya no haya frustración. Hasta que esto suceda, todos
refieren una primera vez de llanto, nerviosismo y un sentimiento de “¿podré
hacerlo?”.
Pero hay muchas cosas
que damos por sobreentendidas, que no han sido conversadas. Ni con el médico,
la abuela o las amigas. Menos con el padre.
Todo lo que es natural,
va llevando al bebé al crecimiento. El niño tiene paz y la madre tiene paz. No
hay tóxicos ni preparados que lo emboten.
Se nota rápido que la
criatura va creciendo si no hay enfermedad que lo altere.
Los ojos de uno y otro
empiezan un recorrido de alta profundidad y nadie puede quebrar esa sociedad
que se funda y dura toda una vida.
Es uno de los momentos
más humanos y placenteros que se pueda describir y sólo eso, la mano del hijo
buscando el pecho materno, y sus ojos abiertos y concentrados, valen para
testimoniar que es el acto más hermoso que uno ha realizado en su vida.
La madre y la cría
erigen una sociedad filial, de una vez y para siempre.
La lactancia materna es
tan perfecta que no le debe agregar ni quitar nada. Lleva la comida a todas
partes. No tiene que calentarla. No sufre alteraciones. Sólo desearla, sólo
llevarla a cabo.
Debo decir que tan
romántica tarea se complica cuando de dos niños pasamos a tres y de tres a
cuatro. El principio es el mismo, pero la madre es una para cuatro personas,
cada una de las cuales quiere su cuota parte.
Mis hijos disputan hoy,
25 años después, el tiempo de lactancia que dediqué a cada uno. Daría para
escribir un libro las historias que hay detrás: tetas chorreando en medio de
programas de radio, o tetas casi explotando por el tiempo sin amamantar cuando
retornaba al trabajo tras la licencia, o mi hija menor que me esperaba con
devoción, sin probar la mamadera en seis horas.
Hoy pienso que volvería
a hacerlo, del mismo modo y más.
Los veo sanos, fuertes y
llenos de vida.
Puede que sea la lotería
de la salud que les tocó, pero me gusta creer que la teta edificó un edificio
de buena raíz.
Den la teta. Háganlo con
amor. No se van a arrepentir.
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