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05 de agosto de 2013 | Publicado en edición impresa
Por Nora Bär | LA NACION
No hace mucho, la imagen
social de abuelos y bisabuelos era la de figuras un poco decorativas en la
trama familiar a las que les había llegado el tiempo de "descansar".
Pero aunque todavía existen estimaciones descorazonadoras (algunas indican que
apenas el 4% de los mayores de 95 mantienen sus capacidades cognitivas
intactas), comienza a advertirse una realidad más estimulante. Estudios dados a
conocer en las últimas semanas sugieren que las tasas de demencia podrían estar
descendiendo y se multiplican los ejemplos de aquellos que, bien pasados los
noventa, siguen en plena actividad: enseñan, escriben, dirigen centros de
investigación o fundaciones, participan -y son escuchados- en organizaciones
gremiales o políticas. En suma, conforman una nueva generación de adultos
mayores con agenda completa.
Aunque hace más de siete
décadas que se dedica a la medicina, la pasión del doctor Fortunato Benaím,
creador de la medicina del quemado en el país, no disminuyó en lo más mínimo. A
un par de meses de cumplir los 94, no sólo dirige una fundación, sino que
impulsa la creación de una red de unidades de quemados y de residencias para
formar recursos humanos especializados en los hospitales públicos.
También es vicedecano de
la Facultad de Medicina de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales,
y preside la Asociación Argentina de Medicina Humanitaria. ¡Ah!: además, toca
el violín, instrumento que aprendió a ejecutar en la infancia, y el piano, en
el que es autodidacta.
"Creo que el
secreto está en querer lo que se hace -destaca, a la par que recuerda con una
precisión envidiable coloridas anécdotas de las épocas en que integraba
orquestas sinfónicas o típicas para pagarse los estudios? ¡allá por los años
treinta!-. Yo nunca dije «voy a trabajar», sino «voy al hospital», «voy a tocar
el violín»."
La doctora Christiane
Dosne de Pasqualini es otro maravilloso ejemplo de vitalidad. Investigadora
emérita del Conicet y la primera mujer de la Academia Nacional de Medicina,
tiene cinco hijos, 17 nietos y 13 bisnietos. "Treinta y cinco personas que
no existirían si no le hubiera dado el sí a Rodolfo [Pasqualini], pero con la
condición de que nunca me impidiera trabajar", comenta. Después de una
vida dedicada al estudio de los mecanismos que transforman una célula normal en
cancerosa y de haber formado a 30 científicos (15 hombres y 15 mujeres), la
investigadora nacida en Canadá, pero residente en la Argentina desde hace 70
años, cuenta que tiene sus días ocupados: los lunes, miércoles y viernes va a la
Academia; los martes por la tarde juega al bridge; los miércoles al mediodía
asiste a la reunión editorial de la revista Medicina; los jueves asiste a un
taller de escritura y hace yoga? "Los años naturalmente llegan con
complicaciones -reconoce-, pero yo tengo un lema, que es afrontarlas con joie
de vivre [alegría de vivir]."
Podría pensarse que
éstas son sólo excepciones que se dan sobre el telón de fondo de una multitud
que padece el deterioro físico y cognitivo. Pero hay signos que permiten
alentar un leve optimismo. En particular, estudios dados a conocer en las
últimas semanas que parecen indicar que el cambio en los estilos de vida puede
hacer descender la frecuencia de las demencias, uno de los principales
fantasmas de las personas que llegan a edades avanzadas.
Un trabajo dado a
conocer hace pocos días en The Lancet realizado en Dinamarca encontró que
nonagenarios a los que se les administró un test cognitivo en 2010 obtuvieron
resultados sustancialmente mejores que los que lo habían realizado dos décadas
antes. Cerca de un cuarto de los estudiados en 2010 llegaron al máximo nivel,
el doble de los que habían pasado la prueba en 1998. Al mismo tiempo, el
porcentaje de los que obtuvieron los peores puntajes cayó de 22 a 17%.
En otro estudio
publicado en la misma revista, investigadores del Instituto de Salud Pública de
la Universidad de Cambridge compararon dos grupos de unas 7000 personas en las
mismas regiones de Inglaterra y Gales. Los resultados sugieren que el
porcentaje de personas de 65 años o mayores que padecen Alzheimer habría bajado
en Gran Bretaña casi un 25% en un lapso de 20 años, pasando de 8,3% a 6,5%. El
primer análisis tomó datos de comienzos de 1990 y el segundo, de entre 2008 y
2011.
Por último, un tercer
trabajo de investigadores del Instituto de la Salud y la Investigación Médica
(Inserm), de Francia, cuyos resultados preliminares fueron presentados
recientemente en Boston durante la Conferencia de la Asociación Internacional
del Alzheimer, sugiere que atrasar la jubilación disminuye las posibilidades de
padecerlo.
Christiane Dosne de Pasqualini tiene toda la
semana ocupada.
Foto: Marcelo Gómez
Realizado en 429.000
personas, concluyó que cada año adicional de trabajo después de cumplir los 60
reduciría casi un 3% el riesgo de sufrir la enfermedad.
Según el censo 2010, en
la Argentina hay 129.778 personas de más de 90 años (32.062 hombres y 97.716
mujeres). De ellas, 3487 tienen 100 o más (784 hombres y 2703 mujeres). Está
claro que este grupo creciente ofrece un exigente desafío político, social y
sanitario.
Para el doctor Ignacio
Katz, director de la Especialización en Gestión Estratégica de Organizaciones
de Salud de la Universidad Nacional del Centro y responsable académico del
sector de Adultos Mayores de esa misma universidad, la pobreza tiene un impacto
muy importante en etapas avanzadas de la vida.
Según Katz, los cuatro
parámetros que inciden en la calidad del envejecimiento son la soledad, el
sedentarismo, la desnutrición (que es muy frecuente, incluso en personas con un
nivel económico estable) y el maltrato.
"En el proyecto
tandilense, además de recomendar actividad física y buena nutrición, procuro
sobre todo que los plomeros sigan siendo plomeros, que los electricistas sigan
haciendo sus tareas... Y trato de que la actividad sea grupal", cuenta.
"Hay que comprender
que dejar de trabajar no quiere decir jubilarse de la vida -subraya-. Lo que
mata es el aislamiento. Lo que siente el adulto mayor es que va quedando solo,
no tiene interlocutores. Por eso, en Europa se les ofrecen posibilidades de
inserción, por ejemplo en la atención de hoteles y comercios durante los fines
de semana."
El ingeniero químico
Rafael Kohanoff volvió hace algo más de una década al Instituto Nacional de
Tecnología Industrial (INTI) después de haberlo dirigido entre 1972 y 1974. En
todo ese tiempo, Kohanoff intervino en distintas gestiones de gobierno,
presidió la Corporación para la Pequeña y Mediana Empresa, creó más de diez
empresas privadas (entre ellas, la célebre fábrica de calzado Skippy) y exportó
tecnologías a América latina.
"Empecé de nuevo
con el INTI a los 77 -cuenta quien es hoy director del Centro de Tecnologías
para la Salud y la Discapacidad-. Me pregunté qué podía hacer con toda la
experiencia que había reunido. Pensando un poco, con el presidente [Enrique
Martínez], decidimos crear el Centro para desarrollar tecnologías
simplificadas, funcionales, de calidad y accesibles. Ya hicimos más de cuarenta
dispositivos, como un cartel oftalmológico que se obtiene simplemente
cliqueando en la computadora para hacer un autodiagnóstico de la visión y saber
si uno tiene que consultar con un especialista, o un vehículo eléctrico que le
permite a una persona en silla de ruedas desplazarse a cuarenta o cincuenta
kilómetros de velocidad."
Kohanoff se levanta
diariamente a las siete, lee el diario y comienza su jornada en el INTI
alrededor de las nueve, y se queda hasta las cinco o seis. "A la tarde
generalmente tengo alguna otra actividad -precisa-. Los lunes voy al centro y
me junto con dirigentes de la pequeña y mediana empresa; martes por medio me
reúno con los otros integrantes del club Milenio, que se llama así porque somos
todos ingenieros químicos de más de ochenta y si sumamos nuestras edades dan
más de mil años... Y si no, tengo reuniones en un bar cercano a mi casa que es
como mi segunda oficina."
Criado en Charata,
Chaco, en una familia numerosa (tuvo seis hermanos), Kohanoff compartió setenta
años con su mujer, cantante de cámara. Tuvieron tres hijos, siete nietos y seis
bisnietos. Hoy, piensa que su principal aprendizaje fue haber encontrado el
sentido de la vida en ayudar al otro. "Que mi experiencia y mis
conocimientos puedan servir a los demás me da mucha felicidad. No hay que
alarmarse porque la gente viva tanto tiempo -dice-. Alarmémonos por la pobreza,
por la falta de salud."
Y enseguida desliza su
secreto: "Disfruto de cada momento y, especialmente, no peleo ni discuto
con nadie. Respeto a todos, aunque no coincidan con mi visión de las
cosas".
"No hay que ser
benévolos con la autocrítica, nunca cansarse de volver a empezar y no adjudicar
a terceros los problemas personales", aconseja Benaím.
"En la vida no hay
tiempo de aburrirse", dice Dosne de Pasqualini.
EXPERIENCIA Y SABIDURÍA
Reemplazan a otras
facultades sensibles a la edad
"Incluso en tiempos
difíciles, mi lema fue [mantener] la alegría de vivir "
Christiane Dosne de
Pasqualini
Investigadora, 93 años
"Disfruto de cada
momento y especialmente no peleo ni discuto con nadie"
Rafael Kohanoff
Ingeniero, 87 años
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